Mi jefe promueve en el ámbito laboral a Mundo Consciente.

Estoy detectando una relación insana entre mí entrono laboral y ese lugar.

El caso es que nunca he ido, ni iré. Pero la empresa en la que trabajo tiene 3 personas muy habituales a los retiros. El dueño de la empresa y dos de sus managers.

El dueño de la empresa para la que trabajo vive la mitad del año en este retiro desde hace unos 3 años. Lleva todo este tiempo viviendo allí y de vez en cuando se lleva a las managers del equipo. Lo cual ha supuesto un desembolso de dinero muy fuerte para el estudio.

Después de estos 3 años totalmente inmerso en ese lugar, ahora trabaja para ellos como director creativo, creando sinergias entre el estudio donde trabajo y ese supuesto retiro en la naturaleza.

La empresa está (como ellos mismos dicen): montando un «embudo de conversión» de talento hacia la empresa para captar talento laboral.

Pero al mismo tiempo hay una intención de animar a la gente a que vaya al retiro, porque para ellos ahora es más importante a nivel laboral tu «crecimiento interior» que tu talento.

Para esto los nuevos trabajadores que entren serán bonificados con días libres pagados por la empresa si y solo si realizan cursos de crecimiento personal.

La empresa paga estos días libres al trabajador, pero el trabajador como usuario paga los días en Mundo Consciente.

La empresa no ofrece cursos de formación a sus trabajadores relacionados con su actividad profesional, solo con temas relacionados con la «consciencia».

Esto que mi jefe llama embudo de conversión de talento, (como un embudo de conversión de usuarios o clientes) es un embudo de conversión también de usuarios a este retiro.

Actualmente, van a arrancar una actividad de retiro para profesionales en Mundo Consciente. Hacer fines de semana allí llevando a grupos de personas de mi sector laboral. Mi jefe ha decidido que quiere dedicarse a desarrollar una «labor social» de enseñanza y terapia, cuando no tiene ninguna formación para ello. Nada que ver. Dice que ha trascendido, que los que no creemos lo que dice no hemos entendido nada, etc. etc. Y además no se caracteriza por una persona que trate bien a la gente. Más bien suele tener un perfil dominante y de superioridad en todos los sentidos.

Uno de mis compañeros estuvo un fin de semana y volvió diciéndome que había pasado miedo y que tenía ganas de llorar todo el tiempo.

Otro de mis compañeros no ha ido nunca, pero ha tenido que dejar el trabajo porque se han dedicado los 3 últimos años a tratarle mal y menospreciar sus opiniones, haciéndole pensar que él era una persona tóxica para nuestro entorno. Ni menos…

En ocasiones han aplicado algunas de las cosas que aprenden en el retiro (mi jefe y la directora de oficina) en el estudio, haciendo a algunos trabajadores enfrentarse entre ellos, pasar por situaciones muy incómodas, machacar su autoestima… Apelando al liderazgo que aprenden en ese lugar.

Los managers tienen un privilegio de ir de retiro espiritual de manera recurrente, a veces de 10 días, pagados por la empresa cada 3 meses, un fuerte desembolso.

Con esto quiero decir que de alguna manera la empresa de mi jefe nutre de usuarios a Mundo Consciente.

Me preocupa que se estén aprovechando del equipo con el que colaboro para obtener más beneficios.

Me preocupa que mi trabajo esté en peligro honestamente.

RELATO BASADO EN HECHOS REALES EN “LAS VACACIONES ALTERNATIVAS EN GREDOS”.-

«Esta es la historia de una chica que apenas abría la boca. Ocurrió en un campamento de verano de vacaciones alternativas. Me imagino que te preguntarás ¿Qué importancia puede tener que alguien abra o no abra la boca? A simple vista no parece que sea algo relevante, lo sé.

Voy a llamar a esta chica Lucía, aunque no sea su verdadero nombre, ya que le prometí que no contaría nada. Espero que el utilizar un nombre diferente sea suficiente para mantener la promesa. Como mucho será, un secreto entre algunas personas, para que podamos aprender todos de las vivencias de otros. A Lucía ya la conocía. Hacía muchos años habíamos sido compañeras de colegio. Recuerdo que era bastante tímida.

Recuerdo que algunas niñas formaban un corro en los recreos y la llamaban gorda. Lucía, se alejaba a sentarse sola, se la veía a lo lejos mirando al suelo. Hasta que un día, un monitor se dio cuenta y salió en su defensa. Les cantó las cuarenta a las del corro, las cuales se calmaron por unos días. Recuerdo que el monitor además le dijo algo al oído a Lucía, me quedé con ganas de preguntarle qué le dijo, ya que ella se sonrió al escucharlo, como si le hubieran dado un caramelo. Al cabo de unos días, las del corro volvieron al ataque pero esta vez Lucía les replicó «Pues si yo soy gorda, vosotras sois unas fideos-paja. ¡Fideos!» y siguió a lo suyo.

Retomando el relato de las vacaciones, el conflicto se planteó desde la primera actividad de grupo, el primer día. Mientras que todo el mundo se reía con las bromas del instructor, Lucía apretaba mucho los labios, como había sido su costumbre durante mucho tiempo. Esto llamó la atención de Lorenzo, el instructor, el cual hizo la observación en voz alta de que Lucía no abría la boca ni para reírse. Y le preguntó cómo se llamaba, con el objetivo de ver qué ocurría con su boca. A Lucía, de repente, le dio tos. Era sorprendente ver cómo era capaz de toser sin abrir la boca, lo cual género un estallido de risas entre todos los asistentes. Lorenzo, en ese momento sentenció algo del estilo de «Bueno, tenemos una semana para que abras la boca”. Ese día solo asistimos diez a la actividad, pero es cierto que por lo que sea nos dio la risa tonta y contagiosa. Fue un auténtico cachondeo.

Pasaban los días y, la risa tonta y contagiosa, a veces se convertía en risa loca, a mandíbula batiente y sucesivos dolores abdominales, por no poder parar de reír. En consecutivas ocasiones, Lorenzo le preguntaba a Lucía cosas para intentar que abriese la boca. De alguna manera sorprendente, que aún todavía no me explico, ella conseguía contestar sin apenas abrir la boca. La situación se llego a convertir en algo esperpéntico.

Cuando nos veíamos, en las comidas y cenas, compartíamos las anécdotas de las actividades del día, en especial las de Lorenzo que eran muy populares. En ellas, sentados en círculo, hablábamos sobre resoluciones de conflictos en las relaciones personales y sobre que Lucía aún no abría la boca, como la razón sinfónica de la carcajada grupal del momento. Lucía, que tenía la gran resolución de ir a todas las actividades de grupo, pasara lo que pasara, seguía siendo tímida, y quería superarse a sí misma. Quizás este comportamiento era la evolución de aquella niña en el patio del colegio, que se negaba a irse cabizbaja a una esquina de nuevo. O quizás obtenía una atención que no había conseguido de otra forma. Lorenzo, a veces, nos iba preguntando de uno a uno y por turnos, «¿Cómo abres tú la boca? Enséñaselo a nuestra amiga Lucía».

Poco a poco, la timidez de Lucía fue cediendo y antes de que terminase la semana comenzó a hablar por los codos. En la fiesta de la última noche Lucía se puso a bailar, de una forma libre y muy bonita, bajo la luna que con su luz la envolvía y con nuestros aplausos. Resbalaban por sus mejillas lágrimas de emoción. Estaba muy claro que realmente no solo había conseguido abrir la boca sino que se había soltado la melena al viento. Al día siguiente, sus ojos brillaban y estaba contenta, con un aspecto electrizante y desconocido. Decía que le iba a dar un giro a su vida, que ya estaba harta. Todo el mundo se alegraba por ella y felicitaba a Lorenzo por haberlo hecho posible. La semana de vacaciones llegó a su fin y yo, como estaba a gusto, decidí quedarme otra semana. Ahí fue cuando comenzaron los problemas. Lucía, que ya se había ido, empezó a llamarnos todos los días y cada día más desesperada. Lorenzo no parecía afectado y apenas le contestaba. Cuando se levantaba él ya tenía varias llamadas registradas y al acostarse lo mismo. Y mensajes, muchísimos, y uno detrás de otro. Los pitidos de los mensajes que se escuchaban a todas horas, parecían una canción techno. Ella decía cosas como «Ahora que abrí la boca y he hecho cambios ¿Cómo sigo? » ó «Ya no sé quién soy. Sólo quiero ser feliz. Ayúdame» Pero, y esta es la paradoja de la historia, un día Lorenzo se desesperó y le dijo abruptamente » Lucía, ¿y tú porque no cierras la boca y te callas?»

Se hizo un gran silencio. Ni más mensajes, ni más llamadas. Se hizo evidente que el gran salto de Lucía había sido sin red y no podía contar con la persona que lo motivó. Lo sentí mucho por ella, que había confiado en Lorenzo y el grupo. Me hizo ver que hay cambios personales que necesitan apoyo y constancia. Y personalidades, como la de Lorenzo, que sólo quieren recoger ovaciones. Veía una dudosa ética en inducir un cambio y eludir responsabilidades. Todo esto me olía a madera quemada y del campamento me fui de forma silenciosa, un día antes de la fecha. No quería despedirme, tenía urgencia en visitar a Lucía

Alberto, se reía a mandíbula batiente de esta chica que al final pudo abrir la boca. Estaba deshecha y desestabiliza da después de las vacaciones y le llamaba al móvil para preguntarle a Alberto que podía hacer. Él le contestaba cuando podía y se reía a mandíbula batiente mientras que dormía conmigo a escondidas desde el segundo día de vacaciones. Entraba a mi habitación por la ventana en la noche para que nadie le viera y fuera secreto pero el pedía transparencia y sinceridad. Mentía sobre mí. En los grupos yo tenía la tensión de este secreto y la gente me lo notaba y me atacaba por diferentes motivos. El nunca revelaba nuestra relación. Son mucha situaciones… Tras esas mismas vacaciones quede con otra chica de esas vacaciones con la que también intentó verse a solas y a mí me decía que era la única. Ese tipo es lo contrario a un terapeuta. Parece tonto porque habla despacio y se aprovecha de que es feúcho y nadie puede entender que no tiene moral alguna en liarla parda con las emociones y la estabilidad de otras personas, se aprovecha de que la gente está traumatizada. Hay tantas historias que he visto y vivido en primera persona.

En un retiro con Alberto presionó tanto a un chico ante el grupo al cual se le veía inestable. No cejó de presionarle. El chico le hacía caso a todo y terminó teniendo que ser acompañado 24horas por alguien porque rozaba la locura. Salió de allí hacía un centro de salud mental. Uno de los asistentes que tenía un herbolario y compartía el alojamiento con él le cuidaba y gracias a esto parece que se recuperaba. Todo esto pasaba ante los ojos de todos, nadie intercedía.

Durante un retiro con Alberto le dije en repetidas ocasiones que tenía miedo de uno de los asistentes y me decía que me pusiera a meditar. Yo buscaba protección en él porque dormíamos juntos aunque nadie en el retiro lo sabía. Entre el miedo del asistente y la ansiedad de guardar el secreto me encontraba bástate inestable. El último día el hombre del que tenía miedo me atacó intentando entrar violentamente en mi habitación porque le dije que no quería darle un abrazo. Alberto sostenía que con mi forma de actuar atraía esta situación.

Me autoimpuse 2 días enteros de meditación antes de poder hablar con Alberto porque sentía una rabia y una injusticia inmensa y si la expresaba se consideraba que era una persona reactiva. No era capaz de cortar mi relación con Alberto porque estaba magnetizaba, tan sólo meses completamente destruida psicológica mente fui capaz de identificar lo que me había pasado y ponerle nombre, gracias a una amiga psicóloga que se pasó durante varias semanas horas y digo HORAS conmigo rescatando mi persona de un sumidero de mierda resultado de relacionarme con un abusador sin escrúpulos al que yo había idealizado y que se había aprovechado de las vulnerabilidades de mi persona para confirmar sus distorsiones de la realidad.

Decidí no volver más allí.

Llegué allí tras varios intentos de suicidios y con fuertes ataques de ansiedad. Me habían diagnosticado un trastorno en psiquiatría, y pensé, que después de haberme echado del trabajo, antes de recaer en una nueva depresión lo mejor sería probar en este lugar.

Al llegar allí me sentí muy cómoda, hice amistades rápidamente. Por las mañanas solíamos hacer ejercicios de yoga, antes de desayunar. Después había lo que llaman ( el partido de cojines), que es muy parecido al partido de fútbol pero con un cojín), después solíamos hacer sala. Donde nos concentrábamos todos en sillas, haciendo un círculo. Junto con dos o más de los monitores, que guiaban la sala.

Allí debías expresarte. Te explicaban que cuanto más te expresaras y “soltaras lo que llevabas dentro” más trabajo avanzabas.

Te explicaban que nadie debía proyectar sobre los demás ni juzgarlos. Y que la culpa es algo que ya no existe, pues “si hubieras podido hacerlo de otra manera en aquel entonces, lo habrías hecho”.

Después solíamos hacer biodanza, alguna excursión y la cena.

Tras la cual hacíamos un taller tranquilo y nos acostábamos.

Los monitores te explicaban que si querías desahogarte con ellos, era mas fácil que pidieras charlas con ellos, en donde les hablaras de tus problemas de manera confidencial, y así ellos poder guiarte.

Yo me sentí protegida, cuidada, y en un ambiente sano, donde me estaban intentando ayudar. El problema llegó después…

A la vuelta de navidades, había tenido una recaída muy fuerte en casa, con una depresión de no querer ni levantarme. Nada más llegar y sin conocer a nadie expliqué en sala que había tenido ideas suicidas. Ese día el monitor era Luis, quien se giró hacia mí y me dijo. ”Mira cómo quieres ganarte el amor afecto de todos los que están aquí, intentando dar pena y dramatismo”. Me sentí completamente desubicada, enfadada, y sobre todo, incomprendida.

A raíz de aquello, llegó un punto en que al intentar expresarme no dejaban de decirme que siempre añadía demasiado dramatismo a las situaciones, así que empecé a dejar de
expresarme, porque no sabía cuándo estaba o no exagerando mis emociones. No dejaba de dudar de mí misma una y otra vez y cada vez que quería expresar algo sólo pensaba si era o no correcto decirlo.

Más tarde, uno de los monitores me comentó que siempre sonreía para complacer a los demás y caer bien, y que dejara de hacerlo. Así pues, un día que realmente me encontraba muy triste, quise estar sola y no fingir delante de nadie.

Otra de las monitoras, enseguida vino a reprocharme, que me dejara de hacer la víctima, para preocupar a todos y que todos me preguntaran cómo estaba. Así pues, yo ya tampoco sabía expresarme emocionalmente, no sabía si tenía ella razón y mi manera de estar triste lo que buscaba era llamar la atención, porque tampoco me había permitido muchas veces el lujo de no sonreír a los demás y exponer realmente mis sentimientos tal cuales eran.

Uno de los días se nos llamó para hacer un proyecto, “distinto”. Una de las chicas que había estado allí, no podía permitirse seguir pagando la estancia allí y necesitaba pedir dinero a su madre.

La cuestión es que la muchacha, delante de todos llamó a su madre en manos libres, (por
supuesto sin decirle que estaba siendo escuchada por más de 8 personas diferentes). Alberto, el fundador le iba diciendo al oído todo cuanto debía ir diciéndole a su madre, incluido que la quería.

Ahí empecé a darme cuenta de la gran manipulación que llegaban a ejercer sobre nosotros.

Uno de los últimos ejercicios que hice en Gredos en la semana del tantra era bailar las mujeres de manera sensual uno por uno delante de los hombres.

Yo comenté lo incomoda que me sentía, a lo que la monitora Ana me dijo. Así te va en la vida.

Intenté terminar el ejercicio y finalmente hablé con el monitor de tantra. Le expliqué que no me sentía bien con mi cuerpo, que me había sentido muy incómoda ya que no me sentía bien conmigo misma. Él, Félix, me explicó que lo hablara en sala y preguntara opiniones para que viera si lo que pensaba era o no cierto y lo cerciorase.

Una vez en sala, comenté el caso, y la mayoría de los que estaban me expresaron lo que
sentían, su manera de verme. Hasta que llegó uno de los participantes, y de una manera muy brusca me empezó a decir que era una cobarde, por no afrontar mi vida, por no acercarme al chico que me gustaba, que era una cobarde por mil cosas. Yo en ese momento sólo quería huir. Luis, Pedro y Albert felicitaron a este hombre por haberme dicho las cosas claras (yo sentí que si no se puede juzgar ni proyectar, era un gran error lo que ese hombre acababa de hacer y que felicitarle solo le daba más fuerza a él en su error).

Luis, el monitor que ya me había repetido en continuas ocasiones que era una dramática, me lo recalcó nuevamente, y me dijo que me dejara ya de esas tonterías. Que yo ya debería haber avanzado a otro nivel y dejar aquellas absurdeces.

De hecho, Albert, uno de los monitores, quien sabe que estoy diagnosticada me dijo delante de todos: tú no estás enferma. Lo que tienes es mucha tontería.

Al terminar la sala, hice la maleta y Félix, el monitor, vino a buscarme para disuadirme de la idea de irme. Dimos una vuelta y hablé con Alberto, quien me dijo que si me dolía tanto aquellas apalabras serían porque resonaban con algo que había en mí y no me gustaba. Y no le faltaba razón. Aun así, al llegar a la habitación hablé con mis dos compañeras. Una de ellas me dio la razón, me dijo que me comprendía y que si me quería ir que al menos no me fuera en el estado de nervios en el que estaba. La otra me repitió en varias ocasiones que ni si quiera había oído la palabra cobarde.

Al día siguiente Alberto me preguntó sobre que me habían dicho mis compañeras, y las regañó a ambas, sobre todo a la primera por haberme apoyado en mi decisión de irme.

Al volver a Madrid me sentía muy desubicada, había discutido con el chico que había conocido allí, ya no sabía ni quién era, a varias compañeras les habían comentado los monitores que yo era una manipuladora, y tenía una fuerte crisis de identidad, así que me tomé un bote de pastillas.

Cuando una de mis amigas se enteró, llamó a Gredos y les explicó lo sucedido. Lo único que le dijeron es que yo en una de las charlas a solas y confidenciales que había mantenido con uno de los monitores había confesado ser una manipuladora, y que lo mejor era que me apartara de ella.

Durante las últimas semanas de mi estancia tuve una pequeña y rápida aventura con un chico que me confesó estar separándose, pero que realmente seguía casado y nunca llegó a separarse.

Al volver a Madrid, a ese chico le habían repetido en numerosas ocasiones que se alejara de mí, y a mí de él. Yo no quería que se acabara y él tomó la decisión de bloquearme por todos lados.

Estaba muy nerviosa con todo lo que había sucedido en Gredos y ahora esto, y admito que cometí el gran error de escribir por el grupo diciéndole a este chico que o se acercara nunca más a mí, que el si era un cobarde y que había estado engañándome a mí y a su mujer. A lo que rápidamente me contestaron los monitores Alberto y Ana, defendiéndole por todos los medios. Diciendo que era increíble que después de cómo me había puesto así ahora llamara a alguien cobarde. Que yo no era capaz de aguantar el rechazo, que ese grupo no estaba para proyectar (resulta que llamar cobarde sí es proyectar pero si me lo hacen a mí en una sala y a gritos es correcto y a aplaudible).

Yo, que acababa de salir del hospital decidí salir del grupo porque me estaba viniendo bastante mal. No obstante, aun fuera del grupo siguieron hablando de mí, de que yo era muy cobarde porque para no escuchar replicas me había incluso ido del grupo, de que a mi no se me podían decir las cosas a la cara, de que actuaba como una niña buena en vez de como una mujer, y mil cosas más que no quiero ni recordar.

A los días me llamaron varios de los monitores disculpándose conmigo, reconocieron que se habían equivocado y que lamentaban todo lo ocurrido; pero yo ya decidí no volver más allí. Y a día de hoy creo que es la mejor decisión que he podido tomar.